martes, 27 de enero de 2015

Las "invisibles" del "negocio del amor" *

ARREGLAR UNA HABITACIÓN DE MOTEL LES PUEDE TOMAR A LAS CAMARERAS ENTRE TRES Y DIEZ MINUTOS

Tres administradoras de una cadena de moteles contaron todo lo que se hace mientras los clientes esperan... Y otras historias más.

Lucero Llanos, Guayaquil
Cuando se va la pareja, comienza
el trabajo de las camareras.
Foto: Lucero Llanos
Desde que entraron a trabajar en "el negocio del amor", son como el hada de los dientes, el ratón Pérez o Papa Noel. Solo que ellas sí existen, aunque nadie las ve. Son una especie de discretas y ágiles duendecillas que preparan el camino al placer y al amor expresado de manera carnal.
"¡Cómo se demoran!", piensa una pareja  que trata de contener las caricias y la desesperación, de retrasar el volcán a punto de erupcionar.
La escena se repite a diario, en los aproximadamente 3.365 moteles que -según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos- existen en el país.
Pero, mientras los amantes luchan contra el deseo de "comerse" en la espera, del otro lado de la puerta, una, dos o hasta tres camareras (si se trata de un día muy "movido") intentan batir el récord de cuatro minutos, que es lo más rápido que les toma dejar "papelito" una habitación.
Sandra, Mariela y Jéssica lo saben. No en vano son las administradoras de más experiencia en una de las cadenas de moteles con mayor presencia en la provincia del Guayas.

PRIMERA PARADA, DURÁN

Las jardineras bien cuidadas y el trinar de las aves dan una sensación de paz al ingresar al parqueo de la edificación, ubicada en la vía principal de Durán.
Sandra sale a mi encuentro. Son las 08:00, una hora relativamente "floja", lo que le permite conversar conmigo con tranquilidad y hasta invitarme a conocer los cuatro tipos de habitaciones que ofrecen a sus clientes.
Luego de recorrer espacios que incluyen piscinas, saunas, jacuzzis, espejos y tubos de pole dance, puedo ver eso que solo los que trabajan en el negocio han podido: lo que hay del otro lado de la puerta de cada una de las 46 habitaciones que hay ahí.
El pasillo parece un tunel de hormiga, por donde desfila el personal con sus implementos de limpieza. Por el estrecho corredor de aproximadamente un metro y medio de ancho, la mujer de contextura gruesa, ojos azules y cabello claro me conduce hasta su oficina, ubicada exactamente en la mitad del edificio de una planta.
Sandra, quien lleva 11 años trabajando en la cadena, me confiesa que lo que más le gusta de su lugar de trabajo es la tranquilidad que se siente, porque es como una especie de oasis de calma en medio de la vía transitada por buses y camiones.
Desde el "corazón" del motel, "Sandra" cuenta cómo es el movimiento ahí adentro.
"El cliente entra a la habitación, la utiliza, de ahí el cliente sale, entra el personal y comienza su labor de limpieza y desinfección. Una vez que está lista, nosotras como supervisoras, verificamos que esté en orden y las podemos dar a otro cliente para su respectivo uso", describe el proceso, como si se tratara de una receta de cocina que se sabe de memoria.
Pero al igual que en las ciencias gastronómicas, el proceso se escucha mucho más sencillo que en la práctica.
"En momentos suaves, esto nos toma unos 10 minutos. Pero cuando estamos con el hotel lleno y la demanda es fuerte, nos tomamos un tiempo entre cinco a tres minutos. Pero ahí intervienen dos o tres camareras", añade, como si fuera una chef revelando su "truquito del sabor".
Junto a su oficina, en otra mucho más pequeña, hay un corcho con 46 cajitas trazadas y un panel con intercomunicadores que conectan con cada una de las habitaciones.
"Hay personas que consumen bastante comida, piqueos, vino, champán, cerveza", cuenta Sandra.
Asimismo, confiesa que sus días "duros" son los jueves, viernes y sábados; y hasta me anticipa que en los otros dos locales que visitaré, en el suburbio y en el norte, "el movimiento es diferente".

SEGUNDA PARADA, SUBURBIO

Y sí. La vaina es distinta. El del suburbio técnicamente no es un motel, pero según cuenta Mariela, su administradora, buena parte de sus clientes lo emplean como tal.
Un garaje interno, con menos parqueos que las 65 habitaciones que ofrece el edificio esquinero, recibe a los visitantes. Hay que bajarse y subir "a pata" hasta el primer piso alto.
Acá no hay corredor interno que haga invisibles a las camareras y solo hay dos tipos de habitaciones.
"La parte mecánica es la diferente. Aquí los chicos y chicas andan en los mismos pasillos que andan los clientes", explica, pero lejos de ver eso como algo negativo o que puede "foquear" a las parejas, "La Sargento" -como la han apodado a lo largo de los 15 años que lleva trabajando aquí- lo ve como una motivación.
"Acá es más personalizado y como que llegas más al cliente", añade, antes de detallar que eso les permite notar "lo que quiere, la tranquilidad con la que sale, o hasta la inconformidad, en ciertas excepciones"
El aroma penetrante y dulzón del incienso "maquilla" un rastro de olor a pintura fresca, que se cola hasta el recibidor. Mariela explica que, para ofrecer un buen servicio, como en cualquier otro negocio, se deben realizar mantenimientos y remodelaciones constantes.
Acá la competencia es dura, a diferencia de otros establecimientos de la cadena. Por el sector, a lo largo de la avenida Portete, se puede contar otras residencias y hoteles de diferentes tamaños. Por eso, la administradora asegura que la calidad en la atención es lo que los distingue de los demás.
Y aunque a veces los huéspedes les dejen las habitaciones "patas arriba" en los días fuertes -que acá son los domingos-, les toca hacer la labor entre varios para habilitar el espacio y evitar que se acumulen las parejas "desesperadas" en el recibidor.
"Tenemos que ser súper rápidas. Y, coincidencialmente, a veces esa habitación queda lista, la utiliza un cliente y se demora solo cinco minutos, cuando nosotros nos tomamos hasta diez o doce minutos. Solo cinco. Pero lo importante es que salieron felices. Esa es nuestra ganancia y tranquilidad, porque ya sabemos que el día de mañana, pasado o al otro mes, pueden retornar", dice.
"La Sargento" es una mujer, delgada y de cabello negro, que no es mezquina con las historias. Es licenciada en Hotelería y Turismo y asegura que los mejores quince años de su vida los ha pasado ahí.
"Teniendo la oportunidad de quedarme en un hotel cinco estrellas o uno grande, preferí estar en este negocio porque uno trata con las personas. ¿Si me entiendes? Los clientes de esos hoteles están más por turismo, por aventura, por ciencia, por arte. En cambio acá vienen con esa...", duda uno segundos y prosigue. "No tanto lujuria, pero sí temor de ser vistos, ya sea porque tienen sus propios compromisos o porque aún son novios", explica sobre lo que más le llama la atención de su trabajo. "Es otro tipo de aventura, la otra cara de la moneda", resume.

TERCERA PARADA, NORTE

En otra esquina, pero al norte de la ciudad, se encuentra el último punto de mi recorrido. Acá se puede entrar a un lobby o directo, en carro, hasta los garajes de las habitaciones.
Jéssica, una mujer de aspecto mucho más joven que las otras dos administradoras, me atiende desde la puerta que separa el mundo de los clientes del laberinto por donde transita el personal de servicio.
Le explico que voy a escribir sobre el trabajo que ella y sus compañeras hacen y me invita a sentarme en el sofá, frente a la mesa de billar.
Ella va a cumplir 14 años trabajando en la cadena de moteles y asegura que llegó al local actual después de pocos meses de creado.
"Aquí el flujo de clientes es fuerte. No hay día exclusivo sino todos los días. A veces, a partir del mediodía ya estamos llenos", comenta.
Por ese auge de personas es que el tiempo para arreglar una habitación es menor que en las demás sucursales.
"Normalmente son de tres a cuatro minutos en una habitación con uso normal. Pero una habitación que la dejan extremadamente desbaratada, a veces son 10 o 12 minutos. A veces hay que dejarlas pendientes porque dejan mojadas las camas", agrega Jéssica, quien asegura que lo más desesperante de su trabajo es cuando están a "full".
"La espera es una cosa bien complicada por la desesperación del cliente; y también la de nosotros, obviamente, porque queremos atenderlos a todos. Que mientras sale uno, espera otro. Hay habitaciones que las dejan totalmente hechas un desorden", indica la administradora que lleva su cabello melcocha recogido en un moño.
Además de camas y pisos mojados, especialmente en los cuartos con piscinas o jacuzzis, el desastre más común y difícil de limpiar pertenece a los amanecidos. "A veces dejan vomitado", confiesa con el rostro apenado.


GAJES DEL OFICIO

Jéssica dice que de cada día aprenden nuevas cosas. Y es que con todo lo que han visto y escuchan a diario, cada una podría escribir un libro.
"Hay casos y casos", exclama Mariela. Sandra dice que lo más común son las prendas olvidadas, las cuales empaca en una bolsa en la que se pone la habitación, fecha y hora de la visita para identificar los objetos cuando llamen sus dueños a preguntar.
En realidad de prendas olvidadas están curtidas las tres. De eso y de las huellas de las travesuras.
"No solo encontramos juguetes sexuales adquiridos ya fabricados sino unos que ellos mismos los imaginan, por decirle un pepino, zanahorias, verdes...", enumera Jéssica.
Y si de escenas telenovelescas se trata, las tres, en algún momento de su vida, han visto mujeres y hombres que llegan en busca de su pareja, histéricos o vueltos un mar de llanto.
"Una vez entró una pareja. La chica, nada atractiva; y él tampoco. El guardia deja pasar a otra señorita que le dijo que iba a esperar a otra persona en la sala. Cuando la cajera está atendiendo a otro cliente, la chica se va de largo porque ya lo había visto al novio. Entra de largo y en el pasillo se arma el relajo. Yo alcancé a escuchar las voces desde arriba, bajé y a lo que avanzo, escucho que ella le decía: ‘Con esta tú me engañas, míranos la diferencia’. Y la verdad es que sí había diferencia porque la novia real era bien bonita", cuenta "La Sargento", a quien ese día le tocó hacer de psicóloga de la novia traicionada, quien no solo se puso a llorar sino que hasta se desmayó.
Para evitar que las demás parejas se preocuparan, se llevó a la joven hasta la sala y de ahí le dijo para hablar en el piso de abajo, de la manera más discreta posible. "Conversé con ella y dejé a un lado lo que soy acá adentro para convertirme en la mujer sencilla, para decirle que se tranquilizara", recuerda Mariela, quien además de ofrecerle una botella con agua y de decirle que un tipo que la engaña no vale la pena, le pidió un taxi para que pudiera regresar a su casa después de tremendo impacto. Mariela aún recuerda que la conversación terminó con un "gracias" de la novia, con voz de pajarito asustado, y asegura que le dolió la situación pues "ella se puso tan mal y él ni le dio importancia al asunto".


LAS HISTORIAS DETRÁS DE LAS "INVISIBLES"

Sandra y, al fondo, el largo corredor interno que tienen los
moteles para conectar el área de servicio con las habitaciones.
Foto: Lucero Llanos
Pero, ¿cómo trabajar en el "negocio del amor" en una sociedad donde muchos temas aún son un tabú y la mayoría se ruboriza (o se ataca de risa nerviosa) a la voz de la palabra sexo?
"Antes era un tabú, porque recuerdo que cuando yo estaba recién salida del colegio tenía una amiga que trabajaba en un hotel y cuando yo la encontraba y le preguntaba dónde estaba trabajando, me decía, bajando la voz, 'en tal hotel', pero así, casi calladita. Pero yo no tengo problemas ni con mi familia ni con mi círculo de amistades porque si me preguntan, les digo. Es una labor de servicio, entonces no considero que uno esté con tanto tabú. Es un trabajo digno", expresa Sandra.
Mariela tampoco lo oculta y asegura que, en más de una ocasión, cuando ha tenido que hacer trámites, ha recibido una sonrisa a cambio, entre picardía y complicidad, acompañada de la típica pregunta: "¿Y qué tal es trabajar ahí?".
"La Sargento" aclara que para ella no fue extraño llegar a su actual empleo pues antes ya había trabajado para otra cadena de moteles. Es más, dice que en su familia se lo toman "fresco" porque ella conoció a su esposo ahí, pues primero fueron compañeros de trabajo. Sin embargo reconoce que ha visto casos de chicas que se retiraron porque sus maridos celosos se lo exigieron.
Pero así como existe el prejuicio ajeno, también existe el propio. "Cuando recién ingresé a trabajar, yo me sentí un poquito medio rara porque nunca había trabajado así en estos lugares. Incluso antes de entrar yo consulté con mi mamá y le pregunté si ella estaba de acuerdo porque yo todavía era una muchacha. Como uno a veces escucha cosas y casos, por eso me sentí así. Pero mi mamá me dijo que eso era decisión mía. Entonces ahí ya entré a trabajar y vi la situación muy diferente a lo que yo pensaba", revela Jéssica, quien ahora se siente bastante cómoda. Cuenta que ingresó como cajera y que ocho meses después la ascendieron. "Los que me rodean, mis amistades, yo sí les digo donde trabajo. Y a veces me responden que sí han visitado, pero uno se limita a decir que pase lo que pase y vea lo que vea uno acá, se queda acá. Así sean conocidos", dice la administradora en un tono que me recuerda la frase aquella de las películas de Hollywood: "Lo que pasó en Las Vegas, se queda en Las Vegas".

* Versión original de la crónica publicada en dos entregas, los días martes 27 y miércoles 28 de enero de 2015, en Diario EXTRA de Guayaquil, Ecuador.

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