Viviana lleva dos semanas como sexoservidora y Rosa, dos años; pero ambas lloraron y se sintieron morir” el día en que se iniciaron en el oficio.
Lucero Llanos, Guayaquil
Miedo. Nervios.Vergüenza. Harta vergüenza.
Viviana (nombre protegido) sentía que estaba al borde de un peñón, del que una vez que saltara era imposible no resultar lastimada. Pero saltó. Lo hizo por sus hijos.
Desde hace dos semanas se dedica a la prostitución, ese oficio que por milenios ha sido señalado como“vida fácil” o “alegre”, aunque de eso no tenga nada.
Ese día, la mujer de 23 años, baja de estatura y cabello oscuro, partió hacia Babahoyo para su primer día de trabajo.Al llegar al chongo, guardó a Viviana entre sus pertenencias y se arropó con “Teresa”, su nueva identidad.
“El primer día fue algo horrible... Pero el motivo de esto son mis hijos, tengo tres, pequeños todavía”,
explica antes de comenzar a hablar de ellos y sumergirse en descripciones que podrían delatar
que la que habla es Viviana y no “Teresa”, la chiquilla sensual que ahora ciñe sus curvas con un vestido negro de malla.
El jueves pasado, en un cuarto de 3 x 4 metros de un prostíbulo ubicado en las afueras de Guayaquil -que es donde pasó su segunda semana de trabajo- “Teresa” aún se quebraba al recordar ese día que marcó un antes y un después en su vida.
“No tenía ayuda económica de nadie, ni de mis suegros ni de mi familia, porque buscaba trabajo, metía carpeta, buscando algo ‘normal’. Y nada... Mis bebés, a veces, no tenían ni qué comer, entonces tenía una amiga que trabajaba en esto y le hablé para meterme. Y ella me ayudó”, explica, tratando de mantenerse serena.
“Era una ama de casa, cuidaba a mis hijos...”, continúa, pero a los pocos minutos sus ojos se nublan
y estalla una silenciosa tormenta que maquilla con risas de resignación.
La Viviana de la “Teresa” que me habla estudió hasta primer curso de secundaria y “se hizo de marido” a los 15, cuando salió embarazada de su primer hijo. Ella espera que su esposo y padre de sus tres pequeños regrese pronto de donde actualmente se encuentra. Ni él ni su familia saben de “Teresa”, la que trabaja de 09:00 a 22:00 en los chongos. Para todos ellos (menos para uno de sus
hermanos, quien le guarda el secreto), Viviana vende ropa en algún punto de Guayaquil.
Por esto, esa noche que regresó de Babahoyo, con el peso de otros cinco cuerpos encima, Viviana intentó quitarse a “Teresa” a como diera lugar.
Se metió al baño, se enjabonó varias veces y se quedó mucho tiempo bajo la ducha. “Con esos guantecitos de baño de los que raspan, te dan ganas de...”, añade, mientras con sus manos simula querer arrancarse la piel y con ella cada hombre al que le ha alquilado su cuerpo.
“Una queda sicoseada, traumada de ver tantas cosas, de todo”, confiesa, dentro del espacio de trabajo de “Teresa”.
HUELLAS IMBORRABLES
En el mismo sitio, a unos metros de “Teresa”, está “Andrea”, la versión de alquiler de Rosa (nombreprotegido), una mujer que con su estatura bien podría haber concursado para “Miss”.
Rosa lleva puestos un cachetero de jean y un sostén azul eléctrico, como si la hubieran sacado de una portada de catálogo de temporada playera.
Pero no. Se dedica a “vender” su cuerpo desde hace dos años y los únicos catálogos de su vida son los de varias líneas de cosméticos que ojea, junto a su compañera, en los ratitos libres entre “punto” y “punto” (así le dicen a cada “cama” u hombre a quien prestan sus servicios sexuales).
Puede parecer que Rosa está más acostumbrada a que “Andrea” tome prestada su vida y su cuerpo de 09:00 a 22:00. O que su voz no se corte como la de Viviana al hablar de cómo llegó a convertirse en “Teresa”. Pero -como ella dice- “no se trata del tiempo”.
“Con los años puedo decir que tengo más experiencia. Sin embargo, me sigue afectando muchísimo”, revela la mujer de 27 años, quien recuerda con más detalles la noche en que cambió su vida.
Alguien con claustrofobia (miedo a los lugares cerrados y pequeños) habría salido corriendo, pero Rosa, armada de valor y determinación, caminó hacia el altar de sacrificio: un cuartito de 2x2 metros, con paredes de playwood, en un popular sector del norte de Guayaquil.
“Estaba en una muy mala situación y me dije: O hago esto y me sacrifico o dejo morir de hambre amis
hijos. Entonces ahí, sin nada de experiencia -porque la persona que me llevó no me dijo nada de lo que había que hacer o no- empecé”, explica, mientras el ventilador ondea unos rizos de su melena.
“Aquella vez no me tocaron personas desagradables o groseras fueron hombres que se dieron cuenta
de que era mi primera vez. Y sí, la primera persona que me tocó, me preguntó si era mi primera vez. Fueron tranquilos y no se aprovecharon de que así lo fuera”, añade Rosa, sobre los inicios de “Andrea”. Pero pese a que esa noche fue “tranquila”,tampoco pudo evitar sentirse como clavadista arrojándose desde un peñón muy, muy alto.
“Después de salir de ahí es cuando vuelves a sentir esa sensación. No es algo horrible, sino inexplicable. Una siente con su cuerpo, que siempre ha sido tuyo y que lo compartes
a veces solo con tu pareja... ¿Que lo compartas con un montón de personas?Me puse a llorar”, sentencia, antes de aclarar que, a pesar del paso del tiempo, “habrá días en los que te vuelvas a sentir así”.
Afuera, Prince Royce suena en la radio con su canción Darte un beso, pero ahí adentro eso es lo que menos se permite. No hay tregua para expresiones cursis, porque esto es un trabajo, un servicio sexual, algo mecánico que dura, a lo mucho, entre 12 y 15 minutos.
De los $10 que cuesta el “punto”, $2 deben cancelarlos al chongo por cada usuario que solicita sus servicios.
Así, dependiendo de qué tan bueno sea el día, a sus cuerpos pueden subir -como si se tratara de un parque de diversiones- cinco, seis, diez, doce, quince hombres, depende... Todos ellos se van acumulando como fantasmas, como las sombras que deben dejar afuera de sus casas
cuando dejan de ser “Andrea” y “Teresa” y regresan a ser Rosa y Viviana, las madres capaces de hacer absolutamente todo por sus hijos.
Ambas sueñan con el día en que “Andrea” y “Teresa” se conviertan solo en un recuerdo, en un pasado de pesadilla. Rosa quiere emprender tres negocios: comprar un carro y ponerlo a
trabajar, estudiar repostería o decorar uñas. Viviana, en cambio, piensa en la posibilidad de retomar la secundaria, aunque se conformaría con volver a ser el ama de casa que se ocupaba de sus pequeños, de tener la comida caliente y todo ordenado.
Pero para eso falta tiempo que se hace eterno entre el sube y baja de los cuerpos extraños que piden alquilar los suyos. Saben que no fueron las primeras y que tampoco serán las últimas.
* Texto publicado en Diario EXTRA, de Guayaquil, Ecuador, en la edición impresa del viernes 13 de febrero del 2015. En el impreso, el título fue "Esa primera vez", para evitar herir susceptibilidades.
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