(Agosto, 2011)
Dicen que de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco; y Manuel Ugarte
Ascencio lo tiene todo para cumplir a cabalidad con estos tres requisitos. Con
su pincel, compone sinfonías de colores que hablan del ser, el universo y la
energía. Tiene un look entre gurú, hippie y genio que le impide pasar inadvertido.
Aunque, a decir verdad, sus vecinos ya estamos acostumbrados a verlo con su
barba blanca trenzada, sus sombreros y una especie de rosario usado para cantar
mantras –llamado ‘mapala’– guindando de su cuello mientras va a comprar pan.
Desde hace seis años vive en Padre Aguirre 322 y Córdova, en un modesto
ramal a tan solo una cuadra de la turística y noctámbula zona rosa. Junto con
su esposa, Lida Yánez, mantienen el Museo-Taller y Galería Ugarte, que funciona
de siete a siete en el mismo lugar que les sirve de vivienda. Da la impresión
de ser un pequeño santuario donde conviven en simbiosis perfecta el arte y la
naturaleza. El espeso verde amenaza con devorar los cuadros a medio terminar, las
esculturas y su vasta colección de coloridas mapalas, pero se detiene para
complementarlos en una especie de equilibrio metafísico.
Afuera, un caballete con recortes de revistas donde ha aparecido
el pintor, afiches de festivales pasados y una mancha de color azul llaman la
atención de los que transitan por el sector. Al puro estilo de Magrite, la
mancha azul no es una simple mancha azul. Se trata de una de sus obras más
apreciadas debido a que, por su sencillez, nadie se ha atrevido a robarla. Pese
al afecto que siente por esta obra, aclara que no tiene una favorita ya que
todas han tenido su momento.
La idea de tener su propio espacio de exposiciones surgió después
de visitar el Museo Van Gogh en Holanda. ¿Por qué debía esperar a que lo
reconozcan cuando ya no esté, si lo podía tener ahora y disfrutarlo en vida? Por ello, apenas pudo, montó su taller-galería en su
Guayaquil natal, al que diariamente llega alguno que otro curioso, coterráneo o
extranjero. Los de este último tipo son los que lo entretienen más, ya que con
ellos puede practicar su francés e inglés.
Dialogar con Ugarte no es solo hablar de pintura. Es navegar en
todas las dimensiones del tiempo y el espacio. Perderse en una conversación
que, tarde o temprano, caerá en conjeturas sobre las vidas pasadas, la armonía,
el espíritu o el origen del ser. “El
arte purifica al artista. Es el camino para ver el más allá y las cosas
sagradas. Si se hacen cuadros solo para vender, el artista se queda vacío”,
opina; aunque reconoce que “de algo hay que vivir” y que lastimosamente, en Ecuador,
faltan mecenas y gente que apoye al gremio.
Su amor por el Arte no tiene
principio ni fin. Asegura que ha sido artista durante toda la eternidad y que
en una lectura de su carta astral, ésta le señaló quién fue él en vidas pasadas.
“En el siglo XV me sale Da Vinci. Luego, en el siglo XVII-XVIII, era Claude
Monnet. Y ahora, Ugarte... Manuel Ugarte siempre está pintando”. Tras esto, es
muy fácil creer que tiene rasgos de locura. Pero, ¿quién no los tiene? El que
esté libre de ella, que tire la primera piedra.
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